Hace ya muchos años, un gran amigo, hablábamos, en la década del 80, de este cantante que nos contaba historias no siempre bonitas y de final feliz, pero con un sentimiento que emocionaba tanto a mayores y pequeños. Sí, era de Alberto Cortez.
Este gran poeta y compositor iba para abogado pero la música le atrapó. Actúa en varias bandas porteñas pero con 20 años se marcha a Bélgica donde es aclamado.
Recorrerá Europa y América con gran éxito contando con el apoyo del genio de Waldo de los Ríos para la parte musical.
Sus recitales eran siempre una sorpresa ya que interpretaba tanto temas propios como adaptaba a clásicos del Siglo de Oro o de poetas hispanoamericanos como Yupanqui o Pablo Neruda, junto con una gran teatralización de sus interpretaciones que serán parte de su sello. Su popularidad será enorme en México y España, costándole mucho más en su patria, que al final también se rendirá a sus pies.
Hasta hace bien poquito realizaba giras constantes y era homenajeado por doquier, requiriéndole constantemente sus grandes temas como Cuando Un Amigo Se Va, Mi Árbol y Yo, En Un Rincón del Alma, o esta bella canción que ahora comparto.
«Castillos en el aire» es una aguda crítica al inmovilismo de la sociedad, de cómo la masa se impone al individuo sin importar si este tiene la razón o el derecho a discrepar. Es un ataque a las trabas que tienen que superar las personas para que se cumplan sus sueños y cómo, si tienen la fortuna de alcanzar el éxito, la envidia de los mediocres hará todo lo posible para destruirlos. Muchos se escudan en que así se evita que los “idiotas soñadores” sufran pero es que al final le quieren quitar a uno hasta la capacidad de equivocarse y así aprender de esos errores. Yo, les confieso, que tengo un par de castillos en el aire, y sé que Ustedes, queridos amigos también, en los que la palabra imposible no existe…
Quiso volar igual que las gaviotas,
libre en el aire, por el aire libre
y los demás dijeron, «¡pobre idiota,
no sabe que volar es imposible!».
Mas él alzó sus sueños hacia el cielo
y poco a poco, fue ganando altura
y los demás, quedaron en el suelo
guardando la cordura.
Y construyó, castillos en aire
a pleno sol, con nubes de algodón,
en un lugar, adonde nunca nadie
pudo llegar usando la razón.
Y construyó ventanas fabulosas,
llenas de luz, de magia y de color
y convocó al duende de las cosas
que tiene mucho que ver con el amor.
En los demás, al verlo tan dichoso,
cundió la alarma, se dictaron normas,
«No vaya a ser que fuera contagioso…»
tratar de ser feliz de aquella forma.
La conclusión, es clara y contundente,
lo condenaron por su chifladura
a convivir de nuevo con la gente,
vestido de cordura.
Por construir castillos en el aire
a pleno sol, con nubes de algodón
en un lugar, adonde nunca nadie
pudo llegar usando la razón.
Y por abrir ventanas fabulosas,
llenas de luz, de magia y de color
y convocar al duende de las cosas
que tienen mucho que ver con el amor.
Acaba aquí la historia del idiota
que por el aire, como el aire libre,
quiso volar igual que las gaviotas…,
pero eso es imposible.
Buen viaje, querido Alberto…