Pepe Menéndez, pedagogo catalán, desde hace tiempo viene predicando que el alumno es la microestructura sobre la que debería volver a inventarse el sistema educativo y propone comenzar a trabajar sobre la singularidad de los niños y adolescentes.

En la estupenda entrevista que realiza Alejandra Varela a Menéndez (donde habla de su libro «Escuelas que valgan la pena»), nos recalca que los saberes de su entorno y sus capacidades para crear conocimiento deberían ser parte de las estrategias que los profesores utilicen al momento de motivar el aprendizaje y de resolución de conflicto que podrían llevar a un abandono de los estudios.

Plantea también el conflicto entre el «ser» del alumno y el «hacer» académico. No nos permite olvidar que lo que está en cuestión es que las personas venimos con una mochila (me recuerda las charlas con el gran docente y filósofo Julio Ledesma, a quien tanto le debo como docente y amigo, por su cuestionamiento de esa mochila «antes» y «después» de la clase, que me recordó tantos años antes, la importancia de la singularidad del alumno) con nuestra propia historia, con condicionamientos de todo tipo.

La escuela que propone Menéndez es hábil para encontrar ese equilibrio entre poder atender las pecularidades personales y poder avanzar en el proceso de conocimiento y aprendizaje.

Si esto no se concilia hace imposible atender la pecularidad y la personalización. Por eso Menéndez le da singular importancia en la diferenciación del ser con respecto al hacer.

La escuela ideal la imagina como aquella que tiene un espacio donde poder trabajar las relaciones interpersonales, el reconocimiento, la visibilidad, el sentimiento de pertenencia, donde se aprende desde el conflicto.

Considera que siempre se debe tener en cuenta «para qué está la escuela». Su respuesta: para que las personas puedan ir tomando seguridad en sí mismas y confíen en sus posibilidades. Por eso el aprobar debería ser una mirada mucho más global. Los cambios en la escuela son difíciles para este pedagogo, porque a la misma le cuesta cambiar el foco, de la centralidad del academicismo a la centralidad de la persona.