Están tan entre nosotros su imagen juvenil y su famoso beso al aire que es difícil de creer que hace más de cinco décadas, la actriz dejara este mundo a los 36 años, por causa de suicidio. El 4 de agosto de 1962, moría en Los Ángeles Marilyn Monroe por una sobredosis de barbitúricos. Aún hoy se duda si fue suicidio o asesinato.
Nacida en 1926 como Norma Jean Baker, apareció en la portada del primer número de Playboy, en 1953, y filmó Los caballeros las prefieren rubias.
Al año se casó con Joe DiMaggio, estrella del baseball. La consagración le llegó con La comezón del séptimo año, en 1955. Separada de DiMaggio, en 1956 se casó con el dramaturgo Arthur Miller y protagonizó El príncipe y la corista, junto a Laurence Olivier. Por Una Eva y dos Adanes recibió el Globo de Oro como actriz de comedia.
Miller escribió el guión de la que sería su última película: Los inadaptados, estrenada en 1961.
Tan sólo hace pocos años, el vestido de Jean Louis que usó Monroe ante John F. Kennedy en 1962, se subastó a un precio de $4.8 millones de dólares (£3.87 millones), rompiendo así un récord mundial.
Al igual que el «Opera House» en Sydney o «La Mona Lisa», su imagen es tan familiar, tan absolutamente omnipresente, que a veces es difícil ver los talentos que se ocultan detrás.
En una carrera de tan solo 16 años, Marilyn Monroe se consolidó como actriz, productora, cantante, mujer de negocios, aspirante intelectual y sobre todo como como símbolo sexual.
Lejos del recatado y discreto ideal femenino de Hollywood característico de los años 50, Monroe usaba ropa y maquillaje como herramienta para mantener una imagen de diosa del sexo.
En su autobiografía, el diseñador Bill Blass describe una de las pruebas de ropa en el apartamento de la actriz. «Monroe es la única mujer que he conocido que ponía toda la atención en su derrier», afirmó Blass. «Ella sabía exactamente lo que esas costuras debían hacer».