Hay un cuento de Jorge Luis Borges, «El otro», en el que el protagonista, el propio escritor argentino, se encuentra en Cambridge con su yo más joven, que dice estar en Ginebra.

Uno se pregunta si está soñando, el otro duda incrédulo de que el mayor sea él mismo, y solo se convence al oírle unos versos que aún no conoce.

El Borges mayor se reconoce a sí mismo con menos de veinte años cuando escucha al otro silbar una canción que le lleva a un patio de su infancia. El joven está escribiendo unos versos que quiere reunir en un libro, el mayor cree haber escrito ya demasiados.

Se cuentan su historia, hablan de literatura. Ninguno de los dos entiende qué ocurre, y no sabemos si están en 1969 o en 1918, en la orilla del río Charles o en la del Ródano.

Ambos Borges se presentan igual de reales, ninguno de los dos cronotopos se los podemos negar a Borges, ambos son ellos y ambos son suyos. Lo que sí podemos decir de Borges tras leer el cuento es que su vida es un poema.

En la literatura o en cualquier otra actividad, hombres y mujeres tenemos que rescatar aquellos espacios, que el progreso ha devaluado por considerarlos improductivos. Esos espacios que te conectan con tu espíritu y con lo que en realidad eres. Hablo de ciertos rituales, como leer o… escuchar «El Rito», por Soda Stereo…