Rescatar un palacio veneciano escondido en la zona de Congreso es algo para agradecer efusivamente…fue hace algunos años, si mal no recuerdo.Hablo del «Palacio Biol», el que se inauguró en 1927 sobre Rivadavia al 1700. En los 40, Eva Perón tuvo allí su despacho; tras años de deterioro, se restauraron murales, escaleras y cielorrasos. Cuando toda esta pandemia pase, pueden hacer visitas guiadas a esta belleza.El Palacio Biol se inauguró en 1927 sobre Rivadavia al 1700.Luego de décadas de saqueos y abandono, expertos en patrimonio rescataron un lujoso y poco conocido edificio de estilo veneciano situado frente a la plaza Congreso: el Palacio Biol, ex sede del Instituto Biológico Argentino. La valiosa construcción, donde hoy funciona la Auditoría General de la Nación, se destaca sobre la avenida Rivadavia al 1700 por su imponente campanario y su precioso reloj, creados en 1927 con la intención de copiar la Torre del Moro de la plaza San Marcos de Venecia.Gracias a un equipo de especialistas argentinos, que trabajó con el asesoramiento del Centro Il Restauro di Roma y de la Universidad Torcuato Di Tella, la puesta valor en de este «palacio vertical» de 10 pisos logró el premio a la mejor intervención en obras localizadas en el casco histórico de Buenos Aires, otorgado por la Sociedad Central de Arquitectos. Se recuperaron escaleras revestidas en mármol botticino, murales, pilastras, cielorrasos con detalles de dorado a la hoja, tallas de querubines en bronce, farolas, óleos, pisos de madera originales y toda una construcción que llama la atención por sus terminaciones, un diseño del milanés Atilio Locati.»Cuando comenzamos con las tareas fue como encontrarnos con un animal herido. Durante años el edificio se había deteriorado, se habían perdido parte de los recubrimientos exteriores e interiores, se había arruinado el mobiliario, había pinturas valiosas tapadas y hasta piezas originales desaparecidas», dijo el arquitecto Pablo Ramírez, a cargo de la obra, que incluyó en primer lugar el rastreo de archivos y planos históricos, algunos de los cuales habían sido deliberadamente escondidos. El objetivo de su equipo era replicar o restaurar las piezas originales, realizadas en estilo neo renacentista por reconocidos maestros artesanos italianos vitralistas, estucadores, carpinteros, herreros y marmoleros. Si bien el Palacio Biol fue creado para la investigación y elaboración de fármacos nacionales, en 1948 lo expropió el Estado para convertirlo en sede del Instituto Nacional de Previsión Social. Según algunos historiadores, muchas de las tareas del instituto eran atendidas personalmente por Eva Perón en el Salón de Acuerdos del primer piso. Con posterioridad, en el edificio funcionaron la AFIP, la DGI y la Anses. Finalmente, en 1997 fue destinado a la Auditoria General de la Nación, organismo que lanzó un plan integral de renovación y restauración.Luego de casi dos décadas de trabajos, demorados por problemas que incluyeron la estafa de un contratista y el robo de 20 cajas de vitrales originales, los arquitectos lograron finalmente que el edificio recuperara la mayor parte de sus características palaciegas. Entre las obras de arte recuperadas se destacan «Marouflage», el cielorraso de la entrada, del admirado muralista Nazareno Orlandi; «El árbol de la vida», del reconocido Salvino Tofanari, pintado en el balcón del primer piso con la leyenda Labor Omnia Vincit (el trabajo todo lo vence), que había sido tapado bajo varias capas de pintura, y Los querubines de bronce, de Michele Vedan.Pero lo que caracteriza al edificio es el imponente conjunto escultórico que lo remata en lo alto: pesa más de cuatro toneladas y tiene dos grandes figuras de bronce y hierro de 3,5 metros. Son dos hombres que parecen estar a punto de golpear una campana, colocada sobre un reloj de 2,5 metros de diámetro con un mecanismo formado por un contrapeso de 500 kilos que, por un pozo de aire, atraviesa el edificio hasta el sótano. Fue colocado allí luego de que un veneciano amigo de Locati le sugirió rematar su obra con un campanario similar al de su ciudad.»El conjunto, inspirado en la Torre del Moro de la plaza San Marcos, forma un trío con el Palacio Legislativo, que ilustraría la Basílica de San Marcos, y con la Confitería del Molino, que imitaría al Campanile de Venecia», explicó Ramírez. La confitería y el Congreso son inmuebles emblemáticos de la ciudad, como el Biol, que en 2014 recibió el nombre del ex presidente Raúl Alfonsín. En los años 30, los primeros tres pisos del palacio se destinaban al Instituto Biológico Argentino, y los demás, a departamentos en alquiler. Al subir en los restaurados ascensores Otis originales, se observa el contraste entre ambos sectores y entre las dos partes en las que se dividía cada piso: en uno, vivía una familia pudiente, y en el otro, cuatro familias de menores recursos.Poco se sabe de la agitada vida del el arquitecto milanés que diseñó el Palacio Biol, Atilio Locati: no hay registros de su llegada al país ni del período en que se mantuvo activo. Sí se sabe que construyó pabellones de la Exposición Industrial del Centenario, que proyectó el teatro Vera de Corrientes y que, en 1927, inauguró su obra maestra a metros del Congreso, coronada por un reloj inspirado en la torre de la plaza San Marcos.Este reloj monumental sobre la avenida Rivadavia, como tantos otros íconos de la ciudad, padeció años de desidia y abandono hasta que, en los 80, el experto relojero Alberto Selvaggi comenzó la búsqueda de documentación que diera cuenta del momento en que la empresa italiana Fratelli Miroglio lo fabricó y lo instaló por encargo en Buenos Aires.»Conseguí unas fotos en sepia de cuando el reloj estaba en construcción. Me apasioné con el tema», contó Selvaggi, que, con una trayectoria de 60 años, restauró el reloj de la Legislatura porteña y es el único argentino invitado todos los años a la ceremonia de dar cuerda al Big Ben de Londres. Así fue como un día le mostró las fotos del Biol a un colega de un anticuario, que casualmente conocía al nieto de Atilio Locati. A la semana, el nieto le mandó un sobre con un montón de fotos que mostraban cómo su abuelo había encargado y mandado a construir el reloj. Por ese entonces, lo que llamó la atención de Selvaggi fue que «entre la documentación había una postal de la Torre del Moro de Venecia acotada con lápiz por un pariente de Locati, que relevó las medidas de la obra para enviársela al arquitecto».Lo que jamás pensó es que su investigación iba a tomar rumbos impensados. Gracias a una de esas fotos, los restauradores descubrieron además que varias de las pinturas originales del Salón de la Cátedra, del primer piso del palacio, habían sido escondidas bajo gruesas capas de pintura. «Ayudar aportando documentación para la restauración me llenó de orgullo», dijo antes de partir a dar cuerda al reloj de la Iglesia del Salvador, tal como lo viene haciendo desde hace tres décadas. «Diga que mi profesión es relojero monumental», se autodefinió…. cuánto por agradecer!!!!. Son vidas que dejan belleza a su paso. Tanto como este precioso y emblemático Palacio…