Cinco siglos tardaron en construir la gran catedral de Milán.
El Duomo fue una obra colectiva de los poderes de la ciudad pero también del pueblo.
En el 313 d.C., el emperador romano Constantino «el Grande» (Imperio Romano de Occidente) y el emperador Licinio (gobernante de los Balcanes y la región oriente) llegarán al ducado de Milán con una misión: firmar el Edicto de Milano, un documento que decreta por primera vez dentro del Imperio Romano, la libertad religiosa.
Licinio y Constantino se reunieron un frío febrero y terminaron con la persecución principalmente de los cristianos, los principales beneficiarios de esta pronunciación.
Cuando el Edicto se promulga, el cristianismo contaba con aproximadamente 1500 sedes episcopales y unos 6 millones de fieles, casi el 12 por ciento del total de la población del Imperio.
La promulgación de este documento generó dos fenómenos de gran impacto en el tiempo: la paulatina expansión de la Iglesia Católica y una fuerte transformación interna del Imperio Romano, que al cabo de un tiempo terminaría convirtiéndose en la religión oficial.
A partir de ese momento entonces, todos tuvieron la libertad de profesar su religión, y si antes estaban los templos paganos, como los templos a Minerva, a partir de ese momento se podían construir legalmente las basílicas cristianas.
En el exacto lugar donde se encuentra el Duomo ahora, en el 350 se construyó la primera basílica de la ciudad: una iglesia paleocristiana conocida como Santa Tecla di Iconio o basílica mayor.
Era la catedral de verano.
Última en orden de tiempo, se construyó otra iglesia, Santa María Maggiore, la iglesia de invierno.
Consagrada en el 836 y edificada en el centro de lo que es el Duomo hoy, el predio se completaba con un monumental baptisterio octogonal, el de San Giovanni alle Fonti (380 d.C.) querido por San Ambroggio, en el que en la noche de Pascua del 387 bautizó a San Agostino.
En el Siglo XI ambas iglesias empezaron a sentir el peso del tiempo, las roturas, caídas, incendios y las devastaciones llevadas a cabo por Barbarrosa.
Es recién en 1386 que se decide de construir el Duomo, a través del Arzobispo de la ciudad, Antonio de Saluzzo. Los Visconti, que eran los duques de Milano en ese momento, también participaron de la gesta, pero cada uno con ideas muy contrarias.
La iglesia propone hacer la nueva catedral bajo el gótico milanés, la experiencia cultural y técnica de la cual se sentían maestros: la realización de muros de ladrillos de arcilla horneada.
Gian Galeazzo Visconti, el duque de la ciudad en cambio, quería darle a la ciudad un «signo particular», digno de la capital de un reino, que según sus intenciones, tarde o temprano se extendería por toda la península. Y la nueva catedral podría ser este signo de potencia.
La llegada del Visconti introdujo la visión de hacer el Duomo una catedral gótica centroeuropea, un gótico inspirado en las catedrales de Francia y Alemania (Notre Dame había iniciado a construirse en el 1163 y finalizó en el 1250), un gótico diverso también del estilo toscano. Los ladrillos debían ser suplantados por el mármol.
Pero la Lombardía no tiene mármol en abundancia, por lo que el duque dispuso la utilización del material extraído de las Canteras de Candoglia, en el Val d´Ossa, dando además descuentos fiscales y cuantiosas ayudas a la iniciativa.
Como la obra requería muchísimo dinero, se pidió a la población de participar en la colecta y así inicia su construcción.
Los milaneses, atravesados de un incontrolable entusiasmo, aportaron gratuitamente tanto recursos materiales como mano de obra: excavaban, transportaban piedras, pedazos de mármol, etc, desde la obra hasta el Laguito de Santo Stefano (hoy Vía Laghetto) al cual se hacía llegar el mármol desde Candolia a través del Lago Maggiore, el río Ticino y la obra del Naviglio Grande.
El Duomo fue querido y construido de toda la ciudad: pueblo y autoridades.
Varias leyendas nacieron alrededor de la construcción del Duomo de Milán.
Una de ellas habla que se trató de una obra de agradecimiento de las madres de la ciudad para la Virgen María, por su intervención para terminar con una «enfermedad misteriosa» que había caído sobre Milán, impidiendo que nacieran hijos varones.
Gracias a la intervención divina, los niños empezaron a nacer otra vez, y se contagia la costumbre cultural de ofrecer a la Virgen los niños, poniéndoles el nombre de María a los descendientes masculinos.
También los hijos de los duques se hicieron eco de esta tradición y bautizaron a sus hijos como Filippo María, Giovanni María, etc. Costumbre que se sigue manteniendo en las familias más tradicionales milanesas.
«La Fábrica del Duomo» es un organismo creado en los inicios de la construcción de la catedral, que tenía como fin recoger y administrar los fondos para la construcción del Duomo así como proveer todas las necesidades técnicas y operativas.
La frase en dialecto milanés «longh cumé la fabbrica del Domm» se usa cuando se quiere decir que algo es muy pero muy viejo.
Seis siglos después de su aparición, hoy la Fábrica sigue gestionando conservaciones y restauraciones.
El Santo Clavo es sin dudas la reliquia más preciada del Duomo de Milán. Fue traído por Constantino el grande y se guarda en el ábside central, suspendida en una piedra angular donde hay una caja (hay una luz roja que la señala).
Según la tradición, una vez al año, el sábado más próximo al 14 de septiembre, se festeja en el Duomo la Exaltación de la Santa Cruz.
El arzobispo sube sobre la «nivola» (nube en dialecto milanés), un ascensor del 1600 que es realmente una nube. El arzobispo sube hasta la caja para sacar el clavo sagrado y mostrárselo a los fieles.
Una ceremonia que vale la pena vivir.